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A finales de julio apareció una nota mía en el sitio de La Tempestad. En este momento recuerdo el primer encuentro que tuve con esa revista, por allá del año 1999, cuando en uno de sus primeros números dedicaron un dossier a Julio Cortázar. ¿Era el número 6? Es una revista que a pesar de los cambios que ha sufrido (y que algunos de esos cambios me han impedido, por cuestiones subjetivas, seguirle el paso) la admiro constantemente por su calidad.

Tras el artículo de Gerardo Piña, "Criar cuervos en la academia", continué con la conversación respecto a este cerrado espacio de conocimiento. Ofrecí una perspectiva para salir de esas situación: las humanidades digitales. Pueden leer de nuevo mis ideas en este enlace.

De esa participación ha surgido una interesante participación con Susana Juárez, profesionista en Letras Hispánicas egresada de la UNAM. Ha sido Juárez quien me ha formulado varios cuestionamientos a mi artículo. Creo que algo vital dentro de lo que publiqué en La Tempestad se encuentra en la zona de comentarios.

Esa discusión produjo un intercambio de correos electrónicos y he decidido presentar aquí, en este espacio, nuevos cuestionamientos que surgieron por parte de Juárez. Primero insertaré su visión para luego aportar mi perspectiva.

Quién es la “autoridad” en la red. Proceso de legitimación e institucionalización

En los últimos años hemos visto cómo las instituciones culturales y educativas en un afán de abarcar otras plataformas y otros públicos se han puesto en sintonía con las nuevas tecnologías de la información, de tal suerte que se han digitalizado, catalogado y publicado numerosos acervos y gran parte de contenidos de interés general. Algunos centros de investigación creen que han cumplido con este cometido, el de acercar la información, pero no actualizan sus sitios o no completan los datos, lo que los hace ineficaces ante las exigencias de los usuarios.

Al margen de lo anterior, me llama la atención la construcción de la figura de autoridad en la red. Parece que ocurre igual que afuera de ella, pero paulatinamente. Los generadores de contenidos se respaldan en entidades reconocidas, legitimadas, institucionalizadas; muchos de ellos son intelectuales, periodistas, académicos, personas públicas que gozan de los favores del prestigio o el reconocimiento social.

Un mundo diferente son las publicaciones digitales que van abriéndose paso, consiguiendo con grandes esfuerzos de difusión un propio público y otro caso es el de lo sujetos que enuncian un discurso detrás de una pantalla, pero que aún no cuentan con el respaldo de alguna institución.

Mi pregunta inicial: quién es la autoridad en la red viene a cuento porque tal parece que cualquier persona que posea los medios y herramientas para transmitir información, desde la computadora hasta el internet, puede o mejor dicho tiene derecho a opinar, sin importar su adscripción al sistema político, educativo, social, o cualquiera que sea. Mi interés, por el momento, no recae en los derechos y obligaciones del internauta, sino más bien en los riesgos de algunas fuentes, en las garantías de confiabilidad de un sitio web, en las instituciones que legitiman la información (las que ya existen para respaldar los contenidos y los contenidos que legitiman a éstas). Y si así sucede cómo se legitiman, se institucionalizan, de qué recursos se valen, cómo operan,…

Cuando se disertaba sobre el trabajo de la academia se dijo que apenas exploraba el terreno. Creo que los primeros responsables de difundir las humanidades digitales son los profesores. El trabajo universitario es el que a la vez que legitima una institución, va construyendo encuentros, redes, nuevos espacios para la publicación, la enseñanza o el divertimento. En lo personal, tuve pocos maestros que utilizaron las plataformas digitales como otro canal para la enseñanza, creo que ahora con el boom de las redes sociales estas vías se están popularizando o quizá se están legitimando.

Mi respuesta: A continuación.

Creo entender del planteamiento de Susana Juárez la necesidad por definir a una autoridad por la red para evitar así riesgos de las fuentes, garantizar la confiabilidad y legitimar la información.

Es correcto que varios centros de investigación no actualizan sus datos cuando han prometido el ofrecimiento de un catálogo digital de archivos o registros. Pondré un ejemplo. Yo tuve noticia de las actividades del CRIPIL (Centro Regional de Información, Promoción e Investigación de Literatura) del Noreste hace siete u ocho años, cuando, seguramente María Belmonte, estuvo en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez para hablar de su proyecto, del cual se puede leer más en la nota de Milenio "El Cripil: 10 años de resguardar la literatura en NL". En aquel entonces, recuerdo que el doctor Cutberto Arzáte y yo compartimos el interés por una supuesta base de datos que estaría disponible por Internet. Actualmente no encuentro siquiera el sitio del CRIPIL por medio de Google. Aunque posteriormente Belmonte reconoce este fracaso en otro artículo:

"Mis metas no logradas es la parte de la digitalización, quisiera tenerlo todo ya en línea. Pero no es nuestra meta, porque un proyecto así cuesta mucho dinero. Y la realidad es que hay que dosificar esos deseos" Fuente: ¿Existe una cosa llamada CRIPIL?.

No obstante, yo soy testigo del esfuerzo y labores que realiza el CRIPIL para la promoción de la literatura por medio de eventos. Precisamente tuve el honor de ser invitado por Belmonte a un taller de novela colectiva que dirigió el escritor Mario Bellatín en 2005. Que haya estado ahí ha sido una de las experiencias más importantes dentro de mi formación como escritor.

Pero efectivamente, el talón de Aquiles de los institutos culturales y educativos, al menos en México, es la actualización constante (y ante todo profesional) de la información digital.

Para mí la digitalización es una de las necesidades más imperiosas dentro de las intituciones de investigación y promoción de la literatura (que es la rama humanística en la que me he formado). ¿Dónde quedan las ponencias de los varios congresos literarios que se realizan en el país a lo largo de un año? Estamos en una edad madura, tecnológicamente hablando, en la que toda captura de texto se realiza por medio de procesadores informáticos. Ni siquiera pensamos en la escritura como una actividad que haya de realizarse por medio de un artefacto foráneo: nuestros celulares, nuestras computadoras (que además sirven como centro de entretenimiento y ocio) cuentan con aplicaciones para escribir y guardar textos. También estamos en una edad madura donde podemos almacenar y distribuir nuestros datos por medio de servicios como Dropbox o simples correos electrónicos. ¿Dónde se encuentran las ponencias, cientos de ellas, de congresos literarios y por qué no puedo consultarlas? Ahí más que un fracaso de la tecnología, se reafirma la cultura de la opacidad que permea a las instituciones del establishment. La falta de transparencia es habitual. Y no sólo en México. Aunque es el único país que me interesa analizar.

Las humanidades digitales, con el planteamiento de una cultura de trabajo abierto, revoluciona la concepción de la Academia. Porque la obliga a ser algo que nunca ha sido.

A mi no me interesa identificar una autoridad en la red. El Internet es un organismo rizomático y carece de esas jerarquías. Un trabajo bien hecho puede provenir de recursos y esfuerzo académico aunque también se puede realizar sin hacer un gran inversión: con una conexión a Internet y disciplina basta para que cualquier ciudadano apasionado por la literatura dé cuenta de ella. Ahora bien: no cualquiera. Al mencionar el término de "ciudadano" pienso en un estudiante universitario que tiene conocimiento de una cita y de por qué se cita. Con los contenidos web no es necesario un conocimiento muy amplio. Mientras se reconozca que enlazar a una fuente es un procedimiento esencial, se cumple con la función más pura del pensamiento académico: citamos porque atribuimos el conocimiento que proviene de otras fuentes.

¿Puede lo anterior degenerar en un caos? Lo dudo. Alguien involucrado en el trabajo académico realiza una función muy específica, la investigación, mientras que un ciudadano de a pie, un docente o un estudiante universitario (ya sea de pregrado o posgrado) con una aproximación empírica realizará ante todo un trabajo de divulgación literaria en el aire libre del Internet. La investigación requiere de un instituto educativo que la respalde para así obtener recursos. La divulgación no necesita de lo anterior ya que sólo ejerce humilde y servicial el ejercicio del amanuense.

¿Existe la figura de autoridad en la red en cuestiones literarias? Seguramente serán las mismas figuras que ejercen cierto dominio en los medio tradicionales de prensa, radio y televisión. A mí personalmente el Internet me sirve para despojarme de ese pensamiento supersticioso que surge de las figuras de autoridad de medios caducos y leo fuentes informadas que no necesariamente gravitan en algún centro de poder intelectual. En algún lado he leído que eso es convertirse en un cyberflâneur. Aunque seríamos tipos en peligro de extinción.