Ir al contenido principal

Tomás Eloy Martínez sobre Ángel Rama

Tras la nota de Tomás Eloy Martínez sobre Ángel Rama, "Pequeño diario de un gran hombre", descubrí el texto de aquél "Angel Rama o el Placer de la Crítica".

Artículo de La Nación
Los diarios de escritores son un género infrecuente. Algunos los escriben para que se los admire por sus epigramas sagaces, por frases que pretenden la inmortalidad, por la erudición que ostentan. Es el caso de autores como André Gide, que ha dejado en los diarios lo mejor de sí. Otros lo hacen para crear escándalo, sentirse vivos, llamar la atención, o dar rienda suelta a su narcisismo, como Anaïs Nin. Unos pocos para dejar testimonio de su desdicha, como Ana Frank. En Angel Rama el diario era una necesidad de las vísceras, el oxígeno de su inteligencia, la confirmación cotidiana de que la vida merece siempre ser vivida.


Fragmentos de 'El Placer de la Crítica'
Asumir, como lo hizo Rama, una visión según la cual ninguna esfera del conocimiento se mueve aislada de las otras esferas planetarias, supone resignarse a ser un forzado de la erudición. Rama lo era, con esa voracidad y esa gimnasia que sólo se comprenden a la luz de su pasado periodístico, si bien el incesante ir y venir de datos y relaciones que caracterizaba sus artículos nunca es ocioso. Sólo al advertir con cuánta exactitud apelaba a Kurt Weil y a George Gershwin para desnudar el mundo polifónico de Arguedas, o cuán útiles son sus referencias al demonismo de Ingmar Bergman y a la transposición de las formas en Las Meninas de Picasso para adentrarse en la génesis de La guerra del fin del mundo, tan sólo entonces, pues, queda claro que para Rama la erudición era una linterna de geólogo y no los reflectores de un escenario.

Un texto es, en su sistema de lectura, caja de resonancia de todos los sonidos del mundo: a través del texto es posible detectar el concierto de disciplinas tan dispares como la arquitectura y la gastronomía, o el vínculo sutil de un estribillo vanguardista con culturas remotas y lenguas extinguidas. De una relación puede inferirse otra, y otra más, como los pañuelos que fluyen de la manga de un prestidigitador. La crítica, así, es un juego de nunca acabar: una exploración que desconoce la meta. Tal vez sólo admitiendo esa fascinación laberíntica puedan entenderse los infinitos repasos y correcciones que Rama desplegaba sobre sus artículos cada vez que debía publicarlos (también infinitamente), sin que tales operaciones cesaran ni aun cuando parecían asumir, en un libro, su forma definitiva


Enlaces: Pequeño Diario de un Gran Hombre

Ángel Rama o el Placer de la Crítica