Ir al contenido principal

Las Nuevas Artes - Alfonso Reyes

NINGUNO de los grandes agentes de la comunicación humana puede ser considerado como una mera diversión sin trascendencia. Cuanto conserva y transmite el tesoro de nuestras conquistas, materiales y espirituales, es factor de cultura, y la cultura es el aire que las sociedades respiran. Sin cultura no hay sociedad; sin sociedad no hay hombre.

Nuestra civilización cuenta, entre otros, con seis medios principales para la transmisión de la cultura, más o menos sustentados todos en la palabra: la Escuela, la Prensa, el Teatro, el Museo, el Cine y la Radio. Por escuela entendemos, sumariamente, tanto los institutos de enseñanza como los centros de investigación y aun la función oral de discursos y conferencias. Por prensa, cuanto se comunica mediante la letra escrita, desde el libro hasta el periódico diario, cualquiera sea el asunto de la publicación. Por teatro, todo género de representaciones escénicas, desde la grave tragedia hasta el acto bufo de la "carpa", sin excluir la recitación poética. Forzando un poco el término como lo hicimos para la escuela, acomodamos aquí las ejecuciones musicales, aunque éstas pueden ser objeto de un acto solitario, porque sólo consideramos la fase social del fenómeno, y sin la música ninguna descripción de la cultura sería completa. La música tiene un elemento común con el teatro, que es ser una ejecución actual. Por museo, también ensanchando la orilla de la palabra, entendemos todas las artes plásticas, incluso la arquitectura. Los medios hasta aquí enumerados son tradicionales, estamos habituados a ellos y nadie discute su efecto cultural, consciente o inconsciente, benéfico o nocivo según el caso.

A la aparición de los nuevos medios, Cine y Radio, se notó la natural resistencia. Confundiendo la esencia de las cosas con sus accidentales imperfecciones técnicas de artes incipientes, se comenzó por asegurar que cine y radio nunca podrían hacer obra valedera; que el primero se quedaría en pasatiempo frívolo, como las sombras chinescas de otro tiempo, y el segundo en suerte de ilusionismo bobo como "cabeza parlante". Es muy expuesto juzgar de los instrumentos sin contar con su porvenir. ¿Quién diría que la "linterna mágica", ayer entretenimiento infantil, acabaría por ser tan útil y hasta indispensable en la enseñanza, en las conferencias, en la reproducción minúscula de libros raros que ahora se ponen al alcance de todos?

Se desarrollaron, pues, las técnicas de cine y radio, y entonces la resistencia cambió de rumbo. El teatro se puso en guardia contra el cine, alegando que éste le arrebata su patrimonio, cuando la verdad es que sirve para deslindar dos órdenes artísticos antes confundidos en uno por falta de recursos propios. El libro se ha puesto en guardia contra la radio, temiendo a su vez que ésta pueda destruir ciertas formas características de cultura inherentes a la letra escrita y que acabe por suplantarlo. El temor es pueril, aunque lo comparte Georges Duhamel. Lo mismo pudo haber, a la aparición de la imprenta, algunos timoratos que temblaran ante el futuro de las letras, el cual les parecía mejor resguardado en la transmisión de copias manuscritas que en el aire libre de la calle. Lo cierto es que cada función responde a necesidades diferentes. Aparte de que cine y radio permiten una novedad de acción cultural que sólo estos nuevos instrumentos pueden ejercer, ellos fomentan en términos incalculables la difusión de especies científicas y artísticas, antes reducidas a medios de alcance mucho más limitado.

Concediendo al cine toda la atención que merece, nos atrevimos hace muchos años, cuando nadie lo tomaba en serio, a inaugurar la crítica de "films" en los diarios madrileños. El público se interesó. Pero los diarios mismos echaron a perder nuestro intento en unos cuantos meses, queriendo transformar nuestras gacetillas en publicidad pagada por las empresas, menester para el cual nuestra pluma nunca ha sido propicia. Entonces éramos dos en el mundo, dos extravagantes todavía, y correspondíamos y nos cambiábamos notas e impresiones. El otro crítico extravagante era un periodista de Minneapolis. Ni siquiera la sutilísima crítica de Francia había despertado entonces a este nuevo interés. Eran, inútil recordarlo, los días del cine mudo, y su mayor realización parecía ser la aventura en muchas jornadas, que iba imprimiendo en el espectador la asociación entre una máscara y un carácter. En verdad, yo no estaba solo: alternaba conmigo otro escritor mexicano, Martín Luis Guzmán. Ambos usábamos el mismo seudónimo: “Fósforo". Él llamó la atención desde el primer instante sobre el arte cómico de Chaplin, augurando que estaba destinado a determinar un tipo comparable a lo que fueron, en la antigua Comedia del Arte, el Arlequín o el Pierrot. Hoy tenemos una derivación nacional del tipo en el celebrado Cantinflas.

Respecto al arte de Ia radio, habría que considerar múltiples aspectos entre los cuales cuenta de modo eminente el llamado teatro del aire, que ha sido ya objeto de mucho estudio y muchas teorías críticas y preceptivas. Sobre uno solo de estos aspectos, el arte del "locutor", habría ya mucho que decir. Mucho también sobre las trasmisiones musicales, que ya nos están cansando con el abuso de la falsa música popular, inacabable lloriqueo y exhibición de un lenguaje postizo y soez, cuando no ridículo, cosas que más bien rebajan el tono y el ideal de lo mexicano. Pero esto es incumbencia de otros. Lo nuestro es el oficio de la palabra. Nos importa demasiado esta función para que la dejemos pasar inadvertida, y más cuando con la radio puede decirse que ha cobrado mayores alas. Vemos en ella el porvenir de la antigua y clásica retórica, entendida al modo aristotélico como la persuasión por el lenguaje; así como vemos en el cine el porvenir de la antigua epopeya.

Divaguemos un poco sobre esta transformación que nos espera, o más bien espera a nuestros hijos. Entendemos por funciones literarias las tres posturas fundamentales de la mente ante el objeto literario, sus tres recursos fundamentales de ataque sobre la realidad. Estas funciones son: la lírica, en prosa o en verso, consagrada a la mera expresión de Ias energías subjetivas; la épico-novelística, prosa o verso, narración de sucesos, conceptualmente en tiempo pasado; la dramática, tragedia o comedia, prosa o verso, representación de sucesos, conceptualmente en tiempo presente. Pues bien: las nuevas artes todo lo cambian. Así como el cine trajo una novedad, no prevista en los cuadros del Laocoonte, de Lessing, que es el ser un arte plástico de espacio y tiempo, figura y movimiento (como la danza), pero en que se juntan las condiciones de la pintura y del teatro, así las nuevas artes revolucionan los contornos clásicos de las funciones literarias.

Creemos, en efecto, que la función épico-narrativa poco a poco derivará hacia el cine. Hay en ella elementos descriptivos que la literatura sólo da de manera muy indirecta y equívoca y que la ejecución visual del cine comunica a la perfección. Dante describe con precisión la arquitectura de su Infierno, y los especialistas aún no se ponen de acuerdo sobre el plano de los famosos círculos. La oratoria y la conferencia pública ya estamos viendo todos los días cómo derivan hacia la radio. Nunca podrá captar del todo cuantas conferencias o discursos se ofrezcan, claro está, pero sí lo bastante para producir transformaciones genéricas. Así la imprenta, popularizando y dando lugar eminente a la representación gráfica de la literatura, ha hecho olvidar la esencia oral, auditiva, de toda obra literaria, y en cambio ha desarrollado las preocupaciones visuales de la poesía al punto, por ejemplo, de producir, en los casos exacerbados, una manera de poesía tipográfica; poemas en figura de copa o pájaro, etc.

La literatura se va concentrando en el sustento verbal: Ia poesía más pura o desasida de narración, y la comunicación de especies intelectuales. Es decir, la lírica, la literatura científica y el ensayo: este centauro de los géneros, donde hay de todo y cabe todo, propio hijo caprichosa de una cultura que no puede ya responder al orbe circular y cerrado de los antiguos, sino a la curva abierta, al proceso en marcha, al "Étcetera" cantado ya por un poeta contemporáneo preocupado de filosofía.

Tricolor, México, 16­-lX­-1944.